Les comparto aquí el texto que escribí para el catálogo (cuadernillo) que se imprimió con motivo de la exposición Ukiyo-e: Imágenes del mundo flotante, que se inauguró recientemente en el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG). Al ser una publicación de poco tiraje, que se agotará muy rápidamente, coloco aquí el contenido del texto para aquellos interesados.
La ciudad, el consumo y las estampas
El año de 1603 marca, para Japón, la fecha en que el shōgun Tokugawa Ieyasu (1543-1616) establece como centro político del país su antiguo cuartel general de la aldea llamada Edo. Fundada en 1497 como un pequeño y desconocido pueblo de pescadores, la ciudad de Edo (actual Tokio), se convierte en una de las urbes más vibrantes del mundo, alcanzando en el siglo XVIII, una población de más de un millón de habitantes.
Como parte de una serie de medidas dirigidas a fortalecer la estructura del estado, que ya habían sido iniciadas unos 20 años antes, el crecimiento de las ciudades se alza en uno de los cambios sustanciales de finales del siglo XVI, estimulado por la separación de los samurái, y de la gente bajo su servicio, de las zonas rurales y su asentamiento posterior alrededor de las nuevas ciudades castillo.
Por otro lado, con vistas a tener un control más estricto de los daimyō (o señores feudales), el shōgun estableció un sistema de residencia alternada, institucionalizado en la década de 1630. Esto trajo como consecuencia que los daimyō debían quedarse en Edo por cierto período de tiempo cada año, convirtiéndose sus familias en rehenes del shōgun, situación que propició un crecimiento demográfico urbano acelerado y hasta cierto grado artificial, y que la ciudad recibiera grandes cantidades de samurái que, a su vez, estimularían la migración hacia ésta de comerciantes, artesanos, y otros emprendedores en busca de nuevas oportunidades económicas.
Una vez comenzada la configuración de las nuevas ciudades castillo y la consecuente afluencia de todo tipo de fuerza de trabajo especializada, se conforma un fuerte sistema económico basado en el comercio. Esto trae como consecuencia que estas ciudades se conviertan en el núcleo alrededor del cual van a reunirse una asombrosa variedad de comerciantes y artesanos dedicados a la creación de los más diversos productos y generadores de una pluralidad de servicios destinados a satisfacer las necesidades de la población samurái, ahora consignada a estos cotos, y del conjunto de habitantes pertenecientes a los otros estratos sociales que se reúnen bajo el término chōnin[1].
De esta manera, la urbanización y la difusión de la economía monetaria crearon las condiciones que permitieron a los comerciantes y manufactureros convertirse en esenciales para el bienestar de la clase guerrera. Sin embargo, los comerciantes pertenecían al más bajo de los estratos en concordancia con la estructura social neo-confuciana imperante en la época (shinōkōshō – guerreros, campesinos, artesanos y comerciantes).
A medida que algunos de los chōnin incrementaban su solvencia económica y se enriquecían, en contraposición a muchos samurái que se vuelven más y más pobres, nuevos circuitos de consumo urbano comienzan a configurarse. Áreas de restaurantes y bares, zonas de entretenimiento, tiendas de especialidades, barrios de prostitución, o servicios para todas las necesidades y gustos, fueron algunos de los enclaves de los activos circuitos de consumo de la ciudad (ver imagen 1), cuya fama no sólo era conocida en los rincones más apartados del país, sino hasta en otros territorios del extranjero.
Estimulada por el crecimiento urbano y por las particularidades de la vida de la ciudad, emerge una nueva cultura. La formación de la sociedad y la cultura chōnin trae su propia concepción del mundo, expresada a través de la idea de ukiyo. El término proviene de la filosofía budista, de donde ukiyo significaba el mundo de los sufrimientos, el mundo material, el mundo de las ilusiones transitorias, ya que el budismo considera a todo lo que nos rodea (la gente, los animales, las cosas, los sentimientos, etc.) como artificios, que son la causa de nuestros sufrimientos, y que nos atan a un mundo que es nada más que fantasía. Es decir, este mundo ilusorio no sería más que el mundo terrenal, donde vivimos y donde desarrollamos toda nuestra actividad como seres humanos. El período Edo se apropia de esta idea resemantizando el término ukiyo que ahora además significaría “mundo flotante”, pero le da un giro un tanto diferente de la idea original, que aunque no rompe por completo con la visión pesimista budista si le aporta nuevos parámetros que van a caracterizar muchas de las actitudes chōnin ante la vida. Este “mundo flotante” sería también el mundo que vivimos, “este mundo”, que debido a su carácter impermanente e ilusorio es la causa de nuestros pesares, pero que precisamente por ser temporal hay que aprovecharlo al máximo en el disfrute y satisfacción de los placeres y deseos de esta vida que al fin y al cabo pasa.
Ahora bien, debemos tener cuidando de no simplificar y no generalizar esta situación, para lo que hemos de tomar en consideración otros componentes que matizarán nuestra comprensión actual de este complejo fenómeno. Por lo tanto, si bien es cierto que esta nueva idea de ukiyo exalta la necesidad de aprovechar al máximo las bondades y placeres físicos y espirituales de “este mundo” = “ilusión”, y que influye notablemente en la conformación de la cultura chōnin y en su propia manera de ver la vida, no podemos pensar que la posibilidad de materializar el disfrute de este “mundo de ensueños” estaba al alcance de toda la población.
El mundo del ukiyo respondía más bien al alto estrato de los chōnin, quiénes tenían las capacidades financieras concretas para llevarlo a su aspecto físico real a partir de las propias conductas consumistas y ostentosas que los caracterizaban. Por supuesto que no estoy aquí restringiéndolo a este ámbito únicamente ya que se desprende que las clases adineradas que se salen del marco popular-urbano (como los aristócratas y los samurái) también estaban en la capacidad de alcanzar “este mundo” y muchas veces eran de sus más fervientes entusiastas.
Esta manera de pensar que legitima el placer, la despreocupación, el tomar a la ligera las cosas serias y el ver a lo cotidiano como ensueño, es una construcción que de cierta forma está rechazando la ideología neo-confuciana imperante y funcionaba como contradiscurso ante la imposición de la clase en el poder. De igual manera, era una vía de escape a las propias condiciones desfavorables en que vivía la gran mayoría de las masas urbanas y campesinas que eran sometidas por un sistema económico y político en el que no sólo recibían obligaciones, cargas y atropellos de parte de los funcionarios del gobierno sino también por parte de aquellos comerciantes adinerados y terratenientes que especulaban a costa del pueblo.
Es en este universo urbano y contexto cultural que surge la estampa japonesa, o ukiyo-e (estampas del mundo flotante; imágenes de ese “mundo de ensueños”), donde no sólo se representaron estos espacios, sino a los ídolos populares del momento; imágenes que, junto con la literatura popular de la época, también se alzaron como uno de los más rentables bienes de consumo y de entretenimiento de esos años.
Esta producción visual bien conocida en Occidente como “estampa japonesa” se comienza a difundir entre nosotros a partir de la influencia que tuvo sobre las escuelas Impresionistas y Postimpresionistas francesas de finales del siglo XIX. El sentido del diseño, el énfasis en el espacio bidimensional, su fuerte empleo de la linealidad y de la composición, y la planimetría del color, entre otras, fueron cualidades sumamente admiradas e incluso imitadas por artistas de la talla de Edouard Manet , Vincent van Gogh y Toulouse Lautrec, por citar sólo a algunos.
Esta fama de lo que se ha llamado como “estampas del mundo flotante”, traducción literal de ukiyo-e, data de la segunda mitad del siglo XIX, aunque se sabe de la existencia de colecciones del siglo XVIII, como pueden ser la de Carl Peter Thunberg o la de Isaac Titsingh, ambos oficiales que residieron en la base holandesa de Deshima en Nagasaki. Sin embargo no es hasta la Exposición Mundial de París en 1867 que se dan a conocer de forma extensiva entre el público, y sobre todo entre los grupos de jóvenes artistas que experimentaban con nuevas tendencias estéticas que los lanzaran fuera del anquilosado mundo del neoclasicismo y del romanticismo, predominantes en el hegemónico círculo de las academias.
“Xilografía ukiyo-e” es, por lo tanto, aquella producción estético-simbólica que hace uso de la técnica de impresión xilográfica y que se desarrolla y florece en Japón como parte del complejo cultural chōnin, que mencionamos anteriormente, durante los años de 1660 a 1868.
Como parte del desarrollo del contexto urbano y cultural chōnin, la industria editorial fue ganando un mayor espacio en las necesidades de la población. La venta de novelas populares y de libros ilustrados a partir de la técnica de impresión xilográfica era un negocio próspero que posibilitaba la reproducción múltiple y a bajo costo de textos e imágenes, y que proporcionó el incentivo para la producción de imágenes ukiyo-e.
El pintor e ilustrador Hishikawa Moronobu (1618-1694) es quien toma ventaja de estos adelantos tecnológicos y materializa la popularización de la pintura de género a través del grabado en madera. Fue precisamente Moronobu, con su idea de llevar esta pintura a un público más amplio, quien construye y desarrolla una nueva conciencia estética de lo visual al liberar a la imagen impresa de sus ataduras con el texto, independizándola de los libros ilustrados y convirtiéndola en nuevo mecanismo narrativo. Además, es a Moronobu a quien se le debe la aparición de un nuevo formato, “la hoja impresa independiente” (ichimai-e) que podía comercializarse como estampa autónoma o como parte de una serie o álbum de imágenes enlazados por un tema común.
Es a partir de esta etapa (segunda mitad del siglo XVII) que se establecen los tres temas por excelencia de la xilografía ukiyo-e: el sexo, las mujeres bellas y los actores del kabuki. Por primera vez en la historia de las representaciones visuales japonesas ocurre un hecho que marcaría el curso de esta manifestación. Este es la selección del tema expuesto, o sea, los hombres y mujeres de la época como centro de interés artístico. Ellos no son situados como otro más de los componentes en la composición de la imagen, sino que son ellos los que crean la imagen como tal: independientes, en grupos de dos o más figuras y tomando para sí más de la mitad del área ilustrada.
De estos tres temas fundadores, las mujeres bellas (o bijin-ga, en japonés), de hecho son de los primeros ejemplos que encontramos en aquellas experimentaciones que Hishikawa Moronobu realizara con la técnica de impresión xilográfica allá a mediados del siglo XVII. En una primera etapa estas “bellas mujeres” serán las prostitutas de los barrios de placer, y un lugar muy especial lo tendrían aquellas cortesanas de alto rango como las tayū y las oiran que tanto revuelo causaban en la población masculina de las ciudades (ver imagen 2). Sin embargo, a medida que avanzan los años el foco de inspiración se extiende a aquellas mujeres, de entre la población urbana, famosas por su belleza. Esto estaría constantemente controlado por el gobierno, que únicamente permitía la representación de prostitutas. Entre estas mujeres del común representadas en las estampas ukiyo-e encontramos jóvenes no sólo famosas por su belleza, sino también célebres por destacarse en algún oficio o arte, y conocidas entonces entre los habitantes de la ciudad (ver imagen 3). Estas mujeres, que las estampas inmortalizaron como ídolos populares, se muestran muchas veces en el ukiyo-e realizando actividades cotidianas (ver imagen 4) o a partir de referencias a personajes de la literatura popular de entonces (ver imagen 5).
Casi a la par de las estampas de mujeres bellas, y también como parte del mundo de los barrios de placer, está el makura-e o estampas eróticas (también llamado shunga o “imágenes de primavera”). Estas se publicaban generalmente en forma de álbumes compuestos por unas 12 imágenes. A pesar de no ser aprobadas por el gobierno, estos grabados fueron producidos de forma clandestina por casi todos los artistas famosos de la época, y pueden ir de sencillas escenas amorosas hasta detallados rituales sexuales (ver imagen 6). La presencia de estas estampas es una constante en los casi 200 años de vida del ukiyo-e en Japón, y podemos encontrar tanto ediciones de lujo como otras al estilo “de bolsillo” que fueron populares hacia la primera mitad del siglo XIX.
Anteriormente habíamos mencionado la importancia del consumo de bienes y servicios vinculados al entretenimiento para la economía de los chōnin. Este regocijo de los sentidos en el contemplar, sentir, escuchar, mostrar, y por supuesto en el placer de derrochar, sería también un factor de extrema importancia en la propia evolución y carácter de la sociedad chōnin, sobre la que giraba una gran parte de la actividad económica de la ciudad y que en gran medida fue reflejada por las manifestaciones de la cultura popular, en especial la literatura y la xilografía.
Constantemente las peluquerías lanzaban nuevos y elaborados peinados de moda, la ropa y adornos experimentaron también cambios cada vez más en la búsqueda de una exquisitez en el lucir. El mismo término iki (refinamiento) se volvió modo de vida. El placer del derroche, y de la ostentación y la exhibición pública se convirtieron en elementos vitales para el disfrute per se, los dandys y las cortesanas, en personajes del ámbito público y símbolos de una sociedad que, por lo menos en apariencia, blandía ante los ojos del poder la ideología del ukiyo, de la consecución de los placeres, del gasto y la despreocupación.
En esta economía del placer dos sitios ocuparían un lugar de gran importancia como centros de despliegue y juego, como espacios de exhibición pública donde la extravagancia, el lujo, el erotismo y lo onírico desplazaban a lo real y cotidiano, lugares a los que una buena parte de la población no tenía acceso directo, por lógicas razones financieras, pero que eran imaginados y vividos a partir de los numerosos relatos que la literatura popular les proporcionaba, y por medio del imaginario visual que la xilografía ukiyo-e construyó a todo lo largo de estos siglos. Estos dos lugares serían las zonas de teatros y los barrios de placer, que irónicamente el gobierno llamaba akusho, o lugares nocivos.
Aquí se concentraba gran parte del consumo destinado al goce. En especial, los barrios de prostitución (ya sea el famoso y exquisito Yoshiwara, como los de menor categoría como Fukagawa, ambos en Edo) constituían centros culturales que proveían al cliente de toda clase de servicios y fantasías, a la par que succionaban sus fondos a partir de una macabra maquinaria de consumo. Bien es sabido que un gran porcentaje de los clientes de Yoshiwara eran samurai, aunque sobran también las historias de pudientes chōnin que fueron famosos por sus conductas ostentosas y por el derroche de que hacían gala.
El primero de estos barrios fue fundado por iniciativa de Toyotomi Hideyoshi (1536-1598) en Kioto por el año de 1589, y se llamó Yanagimachi. La intención de crear estas zonas radicaba en un interés por mantener bajo control áreas tradicionalmente conflictivas por naturaleza, aún más con la afluencia masiva de samurái a las zonas urbanas que acontece como consecuencia de las diversas políticas llevadas a cabo por el gobierno desde finales del siglo XVI y que ya hemos comentado. En cuanto a Osaka y Edo, el barrio de Shinmachi en Osaka era conocido antes de 1620 y estuvo ubicado en la zona de Dōtombori, área popular donde también estaría ubicado el circuito teatral, hasta que se traslada de lugar en 1631 cambiando su nombre. Por su lado, la ciudad de Edo contaba con el archifamoso Yoshiwara (ver imagen 7) que se inaugura sobre el año 1618. Este sería “el barrio” por excelencia de Japón, conocido en casi todo el país, anhelado por los hombres e idealizado por las mujeres, terreno donde las tayū y las oiran[2] pisoteaban el orgullo masculino dándose el lujo de decidir quiénes serían sus clientes, y donde el poder del dinero apenas servía para anotarse en largas “listas de espera”, midiéndose además el nivel de exquisitez cultural de los usuarios (ver imagen 8). Estas prostitutas eran vistas por los habitantes de Edo como modelos a imitar en cuanto a su manera de vestir, sus habilidades, y su sofisticación artística, aspectos todos enaltecidos por la literatura y el teatro popular de la época. Yoshiwara es trasladado y reconstruido, esta vez en la zona de Asakusa (en los límites de la ciudad), por cuenta de los daños, que en toda la ciudad de Edo, ocasionó el Gran Fuego de Meireki en el año de 1657.
Los barrios de placer abastecieron mucho del material temático de las representaciones del teatro popular kabuki. El mundo del kabuki estuvo siempre íntimamente relacionado con los barrios de placer desde sus mismos orígenes, inclusive ambos universos estaban recluidos en espacios controlados y que en el caso de Edo se circunscribe a Shitamachi (o ciudad baja). Esta forma de representación teatral poseyó una increíble popularidad durante todo el período Edo y sus actores funcionaban como ídolos de multitudes.
El mundo del teatro kabuki fue ampliamente representado en la xilografía ukiyo-e (ver imagen 9). También otras manifestaciones artísticas, como es el caso de la literatura, nos evidencian el nivel de aceptación que este mundo poseía. Por cuenta de la gran demanda y con el objetivo de mantener a la gente actualizada se publicaban frecuentemente lo que conocemos como hyōbanki o críticas. Estas “críticas de los actores del kabuki” se desempeñaban como guías y enteraban a los consumidores de aquellos actores famosos en ese momento con comentarios sobre sus desempeños (ver imagen 10), muchos de ellos salidos de la pluma de los escritores más en boga.
Tal llega a ser la popularidad del teatro kabuki, que poseemos información de que los actores que interpretaban los papeles femeninos[3], conocidos como onnagata (o, con apariencia de mujer) eran en extremo influyentes en la moda, peinados, manera de caminar y comportarse de las señoras y muchachas (ver imagen 11), y de que los nombres de los actores a veces eran utilizados como mecanismos de venta, al servir como propaganda en productos de la más variada índole.
Los primeros en desarrollar la temática de los actores del teatro kakubi (o yakusha-e) en la estampa ukiyo-e son los Torii, quienes fundan una escuela de grabado exclusivamente dedicada a este tópico. Torii Kiyonobu (1664-1729) y Torii Kiyomasu (activo aprox. del 1697 al 1722), sus primeros exponentes representativos, nos han heredado extraordinarias figuraciones de los principales estilos de actuación de estas puestas en escena, así como la posterior escuela Utagawa (activa durante el siglo XIX), de la que una buena cantidad de ejemplos se pueden apreciar en esta exposición (ver imagen 12). Poco a poco se van diversificando las escuelas y los estilos, así como el interés en la individualización de los actores y personajes escenificados (ver imagen 13). Estas estampas además de funcionar como imágenes coleccionables de los actores más famosos del momento, también eran empleadas como anuncios de temporada teatral o de nuevas piezas a estrenar (ver imagen 14). También a partir de la técnica de impresión xilográfica se confeccionaban los programas de las obras. De igual forma, vale la pena mencionar que paralelamente en la ciudad de Osaka se desarrollaron estampas de los actores del kabuki con un estilo muy peculiar y que eran denominadas kamigata-e, tipo de xilografías ukiyo-e de las que la colección Carrillo Gil cuenta con un muy interesante núcleo (ver imgen 15)[4].
Tanto los barrios de prostitución como las zonas de teatro popular kakubi funcionaban como centros irradiadores de cultura, contribuyendo al desarrollo de las artes populares, como la literatura, el teatro, la plástica y la música. Sobre todo los barrios de placer fueron muy conocidos como lugares en donde se celebraban reuniones de artistas e intelectuales, en donde se concretaban en numerosas ocasiones las estrategias artísticas que darían como resultado, por ejemplo, al movimiento de los pintores literatos en Kioto, o al desarrollo de la música katō-bushi en Edo.
Por último, como parte de los grandes temas de la xilografía ukiyo-e están las estampas de guerreros o musha-e (ver imagen 16). Hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, la literatura popular puso de moda un número importante de historias de aventuras, viajes, fantasmas, héroes y seres sobrenaturales que también ingresaron a las tramas que desarrolló la estampa japonesa. Al igual que el paisaje este tema no aparece hasta mediados del siglo XIX como respuesta al control que sobre las estampas del kabuki y de mujeres bellas implementara el gobierno y al éxito que el formato literario conocido como yomihon[5] tuvo sobre los pobladores de Japón. Las estampas de guerreros se centraban en temas histórico-mitológicos, muchos de ellos con un marcado carácter fantástico y espectacular. Utagawa Kuniyoshi (1797-1861), así como su discípulo Tsukioka Yoshitoshi (1839-1893), son los ilustradores que más desarrollan este género y su producción de estampas de guerreros es realmente impresionante, dotando a sus imágenes de un fuerte dinamismo que las va a distinguir de la producción xilográfica anterior (ver imagen 17). El tema, por otro lado, posibilitó a los artistas gráficos el perfeccionamiento de un recurso, que si bien no novedoso en el mundo urbano del momento, fue muy útil para lidiar con la situación política que se vivía en el archipiélago a mediados del siglo XIX (ver imagen 18): el uso de parábolas históricas de la antigüedad, que se ajustaba perfectamente bien cuando de esconder mensajes referentes al presente se trataba.
Los samuráis y sus hazañas, de súbito, se volvieron en ingrediente principal de estas temáticas, sobre todo aquellas figuras del pasado, que quedaban ya en la nostalgia por los viejos tiempos. Evidentemente, las crisis políticas que estaba viviendo el país en ese momento necesitaban del rescate, al menos imaginariamente, de estos personajes.
Como ya mencionamos al principio de este texto, frente a ese mundo “real” y cotidiano donde las necesidades para la subsistencia, más la observancia de las constantes regulaciones que el gobierno imponía sobre la gente, se estructura esta nueva dimensión que aunque ilusoria funcionaba como especie de quimera de emancipación de la rutina. Este mundo del derroche, el consumo y la consecución del placer tendrá dos caras. Una de ellas es la materialización de un enclave real en “nuestro mundo terrenal”, que se simbolizará precisamente a través del consumo, los barrios de prostitución y el teatro popular (kabuki).
En especial los barrios de prostitución permitían a la gente “vivir” en carne propia todas las bondades y gozos de ese “paraíso sensorial”. De hecho, el que esos barrios estuvieran segregados dentro de la propia espacialidad urbana, constituyéndose en un sector “especial”, contribuyó a esa aura de magia que caracterizó a los yūkaku (barrios de placer), como se les conocía, por lo menos en su mayor época de esplendor que se sitúa a partir del año 1688 y hasta mediados del siglo XVIII.
Por su parte, las zonas de teatros en un principio estaban muy ligadas a los barrios de placer y al comercio sexual. Sin embargo, poco a poco, se fueron convirtiendo en espacios en los que la gente vivía, por medio de las obras escenificadas, los sentimientos, las aspiraciones, los placeres y las aventuras que formaban parte de sus sueños. Esta capacidad catártica del teatro kabuki de transferir situaciones de un contexto imaginario a otro escenificado, nos hace pensar que esta recreación física en un “mundo real” del ideal del ukiyo no es más que la punta visible y tangible de un iceberg ficticio y simulado.
La otra cara del ukiyo será la virtual. Con excepción del teatro, estas materializaciones del ukiyo no estaban al alcance de la mayoría de la gente por lo que podemos afirmar que este glamoroso “mundo flotante” funcionaba en mayor medida como una gran idealización, y que muchas de sus representaciones en la literatura y en la gráfica, como hemos visto, servían a manera de plataformas de despegue para la imaginación y las recreaciones mentales. Al fin y al cabo no es nada extraño, ya que esta necesidad de acariciar “mundos de ensueños” nos puede parecer en extremo familiar si la confrontamos con nuestras sociedades contemporáneas.
[1] Literalmente habitantes de la ciudad.
[2] Prostitutas de máximo rango.
[3] Desde 1629 fue prohibida la participación de mujeres en obras de kabuki, pero es a partir de 1652 que hombres maduros comenzaron a escenificar los papeles femeninos.
[4] Kamigata era el nombre de una zona geográfica que abarcaba las ciudades de Osaka y Kioto.
[5] Género literario de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Ficción narrativa caracterizada por temas históricos, matizada con alusiones didácticas y moralistas, y mezclada con elementos sobrenaturales de gran influencia china.